lunes, 13 de febrero de 2012

Cajón de sastre de recuerdos islandeses

Doy a inicio a la serie de mails que envíe a mis amigos durante mi estancia en Islandia, y que algunos han insistido en que repita aquí.Así dejo apartada por un tiempo la depurada poesía de mi prosa. :P

A los buenos días, caballeros y damiselas.

Como os va la vida por las cálidas tierras españolas? fresquitos? Supongo que si. Espero que llevarais un buen abanico en la mani del 19-J y ninguno pereciera devorado por las huestes supuestamente magufas. Nosotros seguimos con nuestras extrañas aventuras por este país. Una cosa está clara: este país es un lugar tremendamente abierto a los cambios de opinión súbitos. Un día te dicen una cosa. Otro día te dicen otra. Mientras estás realizando dicha cosa, vuelven a cambiar los planes una vez más. Y al final, evidentemente, el resultado es inversamente proporcional a la idea primigenia. Me explico:

Antes de ayer se suponía que teníamos que darle la vuelta completa a la isla, dejando a gente por el camino para trabajar en los campos, recogiendo para traerlos a Reykiavik, etc... En fin. Una vez revisado el itinerario, preparadas visitas a sitios tó chulos, controlando tiempos de descanso, etc, el mismo día nos cambian de objetivo. Hay gente que ha pillado un vuelo y ya no necesita de coche. El viaje se transforma en un recorrido de 2 días por el norte. Pillamos el coche. Una hippifurgo que se cae a pedazos, que pasa a ser conocida entre nosotros como "The green thunder". La petamos: 9 personas, más equipaje y comida para 10 días en el campo de trabajo. Nos ponemos en marcha. Las distancias en Islandia no son excesivamente largas, pero la carretera y el vehículo no acompañan para nada (no puedes pasar de 90, hay tramos de gravilla, y la hippyfurgo solo pilla los 90 a duras penas en bajada pronunciada siempre y cuando seas capaz de controlar el volante entre las ráfagas de viento). Iniciamos nuestro recorrido de 389 kms hasta la segunda ciudad del país,Akureyri en el norte, lo que supone mitad de camino (vamos a la punta noreste). La caja de cambios se peta. No entra ninguna marcha. Empujamos la furgo en medio de la carretera 200 metros hasta una gasolinera a las puertas de la ciudad. Montamos caravana, los coches pitan, la gente se cabrea, ea,ea,ea...

Improvisamos un picnic mientras llamamos al jefe para buscar solución. Está en Venecia con la mujer. Llamamos al segundo a bordo. Se pone en contacto con una agencia de alquiler de coches. Consigue 2 jeeps. Son muy caros. Finalmente solo pilla uno. Somos 9, caben 7. Supuestamente 2 se han de quedar en Akureyri. Que coño, es un jeep. Nos montamos los 9 con los equipajes y la comida. El coche es un enorme tetris. Conducimos 200 kms más hasta el pueblo de mala muerte del norte, Thórshovn. 100 personas de población, 80 kms al pueblo más cercano. Digno de pelicula de Stephen King. Dormimos en una guardería antigua, con extrañas fotos de gente probablemente ya muerta en las paredes. Una luz en el horizonte es el unico vestigio de vida humana alrededor, la lluvia golpea el cristal mientras el sol de media noche brilla en el horizonte. Raro, tíos, muy raro.

Sobrevivimos a la noche, y nos ponemos en marcha otra vez a las 8 de la mañana para volver a Reykiavik. Vive en nuestros ánimos la idea de ir al centro de la isla, territorio inhóspito que poca gente ha pisado, aprovechando que tenemos un 4x4 y el jefe está en Venecia. Los caminos están cerrados al tráfico. Pero que coño, hemos de acercarnos como sea, sólo Dios sabe cuando volveremos a tener un 4x4 (por cierto, 200 pavos al día el alquiler y chupando gasolina como un campeón). Nos metemos ahí en medio tras kms y kms de baile de piedras. Las ruedas echan humo. Llegamos al pie del glaciar y vemos a los Huskeys y los trineos. Nos deleitamos un buen rato. Vemos una cascada glacial relativamente cerca y decidimos ir para allí. "Coño, está a tomar por culo" nos percatamos a la media hora de caminar. No sólo eso, sino que hemos de cruzar diversos riachuelos bravos. Escalamos un rato para llegar a la cumbre de la cáscada. Enorme espacio devastado se abre ante nuestros ojos. Nadie a la redonda, glaciares rodeando un territorio digno de Mad Max. Volvemos a Reykiavik con el 4x4 repintado de color barro.

Gran viaje.

Un enorme abrazo a todos!!

Reykiavik 23 de Junio de 2011

domingo, 5 de febrero de 2012

Hacia las tierras salvajes de Askja

"I hate the Sprengisandur, I can't understand, why you want to go there, its corrugated roads throughout, sand, boring landscape and rivers which are chest deep..."



El viejo jeep jadeaba la dura subida pedregosa directa hacia los primeros rayos del sol de la jornada. Detrás quedaban las vastas llanuras de Sprenginsandur, el desierto de arena negra, que se alzaba majestuoso tras el rastro de tierra que el coche dejaba a su trastabillado paso. Aún ateridos por el frío pasado la noche anterior, tratábamos de desperezarnos con un improvisado desayuno, cocinado al calor de un pequeño fogón portátil a la entrada de una de las tiendas que habíamos plantado en el mismo corazón de la isla, enfrente de un enorme glaciar que se deshacía en decenas de arterías que desembocaban a nuestros pies en forma de gélidas corrientes de agua.

Pocas veces había sentido esa sensación de enorme soledad, de infinito silencio e inquietante calma, acampados en el mismo corazón de la isla, a pocos metros de la carretera de montaña que cruzaba como una cicatriz las temibles highlands islandesas, cruzando a su paso peligrosos ríos glaciares que aparecían como por acto de magia en medio de un paraje lunar devastado e inhóspito dónde, hasta donde la vista alcanzaba, reinaban los cascotes y la ceniza proveniente de recientes erupciones volcánicas, mientras en un horizonte siempre lejano, asomaba imponentelas cumbre del glaciar Vatnajokull, el coloso más grande de Europa.
La antigua carretera, había sido hogar en el pasado de peligrosos forajidos islandeses, que perseguidos por la ley, trataban de refugiarse allí donde nadie osaba adentrarse, mientras se esmeraban por sobrevivir en ese bosque de piedras y lava volcánica en condiciones atroces, allí donde no existen seres vivos y donde el único sonido audible es el ruido sordo de tus propias pasos y tu sincopada respiración cortada por el gélido frío, rey indiscutible de un lugar dónde incluso en época estival las nevadas no son infrecuentes.

Kilómetro a kilómetro, nos acercábamos a nuestro destino, el Shangri-la islandés. El remoto cráter volcánico de Viti, en la caldera del Askja, accesible sólo unos pocos meses al año, dejando a nuestro solitario paso grandes extensiones tierras esculpidas por la violencia de la naturaleza salvaje del país y batidas por el viento huracanado propio de éstas regiones polares.
La lluvia hizo acto de presencia conforme nos acercábamos a nuestra meta, y la pista de arena y tierra empezó a convertirse en un peligroso lodazal en el que podíamos quedarnos atorados en cualquier momento. Extremando las precauciones, llegamos al borde del sendero que conducía a Askja, e iniciamos nuestra penosa marcha entre el diluvio, mientras en un horizonte lejano, el sol empezaba a esconderse dando lugar a un ocaso rojizo que luchaba por hacerse lugar entre el mar de nubes grises.

Y llegamos al borde del cráter, un fenómeno de la naturaleza sin par, una visión metafórica de la infinita fuerza del planeta, un inmenso hoyo en la faz de la tierra, rodeado por formidables y abruptos acantilados verticales, escupido por una fuerza titánica, y sepultado por un precioso lago termal turquesa, cuya formación, hacía mas de un siglo, había arrojado cenizas a las costas noruegas y suecas y costado la vida a cientos de personas que habitaban los fiordos del Este, ignorantes del inmenso peligro que acechaba escondido en las agrestes e ignotas tierras del interior.

Y allí, ateridos de frío, calados por el aguacero, embarrados, sucios y exhaustos, bajo un cielo plomizo y hostil, contemplando aquella lacerante herida infringida sobre la corteza de la tierra, comprendimos la insondable verdad que subyace sobre viejos proverbios, que rezan que hay momentos que valen toda una vida, y en ocasiones, incluso más.

domingo, 1 de enero de 2012

Recuerdo

Recuerdo la nieve gemir bajo la suela de mis botas arrastrando las pesadas maletas por calles desiertas y gélidas azotadas por el inmisericorde viento ártico. Recuerdo el paso lento y dubitativo a los pies del perfil de la iglesia basáltica que coronaba el horizonte de la ciudad, majestuosa como siempre, cruzando bajo los ojos inquisitoriales de la imagen de Leifur Eiríksson, que parecía preguntarme sobre el destino de mis pasos. Recuerdo luchar contra mis propios pies que insistían en darse la vuelta y correr en dirección contraria mientras nos aproximábamos a la estación de autobús, oculta tras el mar de luces blancas de la ciudad.

Recuerdo las últimas conversaciones, las últimas despedidas, los últimos deseos y los últimos abrazos, con el corazón atragantado en la garganta, la voz entrecortada por la emoción y las lágrimas precipitándose por las mejillas. Recuerdo la melancolía, la nostalgia prematura de una vida condensada en seis meses, las experiencias vividas, las aventuras disfrutadas, los amigos conocidos, las charlas compartidas hasta altas horas de la madrugada, las risas y las lágrimas de una gran familia que nunca imaginé encontrar, los paisajes de inabarcable belleza donde nos sentimos más vivos que nunca.

Recuerdo la luna rielar sobre el insondable mar en una extraña apacible noche, escoltada por una alfombra de estrellas en su largo reinado nocturno, mientras el autobús avanzaba inexorable hacia el aeropuerto atravesando vastos campos de lava cubiertos por el eterno hielo, en silencio, buscando con los ojos acuosos el rastro de la última aurora boreal.

Recuerdo el avión despegar, los puños apretados, la mirada perdida, los últimos instantes del sueño escurriéndose como arena de playa entre los dedos, mientras los recuerdos se agolpaban en la cabeza y parte de mí quedaba para siempre en aquella tierra salvaje e inhóspita que llegó a ser mi propia casa.

Recuerdo contemplar desde las nubes la silueta congelada de un país de alma cálida, dejando atrás en la noche las candelas rutilantes de las hileras de casas de color pastel, construidas con el material del que están tejidos los sueños.


Hay días que quedan grabados con fuego para siempre en tu memoria.


martes, 29 de marzo de 2011

Los Antitodo, la revolución eterna.



Están entre nosotros. Han llegado silenciosamente, sin estridencias. Y están aquí para quedarse. No corresponden a ningún canon estándar, como algunos malintencionados medios pretenden hacer creer. Puede ser esa chica rastas que pasa a tu lado por la calle mientras hace malabares con los bolos. O el punki de la esquina que siempre te pide un “pa el bocadillo”, o la atractiva chica con gafas de pasta que te mira por encima de su montura cuando entras en un bar bohemio de Mont-Martre. O un afamado y respetable escritor, profesor de universidad e intelectual de toda la vida Esa es la grandeza, han evolucionado y ya no son fácilmente distinguibles para el común de los mortales.

Son los Antitodo.

Una especie que cada día crece más, se extiende como un reguero de pólvora imparable, y se identifican por algo en común: son los auténticos poseedores de LA VERDAD. Así con mayúsculas. Se reconocen entre ellos por sus gustos comunes, básicamente todo lo que contenga la palabra “alternativo”, da igual lo que sea, a todo se le puede poner.: argumento alternativo, comida alternativa, música alternativa, periódico alternativo... Lo alternativo es su último u único fin, su motivo de existencia, su Ítaca particular. Puede haber algo que les guste y les apasione sobremanera, que les haga extasiarse y disfrutar, pero si deja de ser alternativo y pasa a ser también del gusto del resto de los pobres y poco curtidos mortales, entonces ya se reniega y maldice del mismo. Pasa a ser algo pervertido por el capitalismo, algo mundano, soso, vacuo, carente de autenticidad.

Dichos antitodo consideran que han conseguido acceder a la información más veraz y completa, a la autentica realidad que subyace bajo la más abyecta manipulación mediática, y eso lo han conseguido a través de una prolongada y esforzada investigación que, en realidad se basa en tres páginas webs y en los artículos de dos personajes icónicos en su mundo (sin contar a Willy Toledo, claro). Poco más. Dichos personajes icónicos nunca se alejan del dogma anti-sistema, se conoce de antemano su posición, con lo cual para argumentar simplemente hay que esperar la publicación de su artículo o una rueda de prensa, y a partir de entonces, repetir palabra por palabra los mismos argumentos. Como una misa, vaya. La reflexión personal e independiente no acostumbra a existir. Se definen por el NO. No a los gobiernos, no a la guerra, no al imperialismo, no a las empresas, no a las normas, no a la sociedad. Aunque podríamos extendernos largamente sobre cada una de las mismas, hay una muy de moda a día de hoy, así que vamos a ella. El “No a la guerra”, en cualquier caso y circunstancia. Y para ello que mejor que exponer el caso de Libia

Se ha producido una sorprendente mutación de un tiempo a esta parte en los Antitodo, cuyo punto de inflexión fue la intervención occidental en Libia según el dictado de la resolución 1973 de la ONU. Antes de esa determinación, los rebeldes libios eran unos mártires que luchaban románticamente por su libertad, cercenada por un monstruo sanguinario desde hacía 42 años. Por aquel remoto entonces, la mayor crítica a Occidente era la impasibilidad de los gobiernos “imperialistas” ante la masacre que se llevaba a cabo en Libia, y se exponían como trofeos fotografías de los diversos líderes con el fantoche libio, cerrando tratos petrolíferos multimillonarios y acusando de apoyar a semejante personaje. Si no se hacía nada era por el petróleo, puesto que Gadafi encarnaba la seguridad en el suministro del mismo.
Todo cambió de la noche a la mañana cuando los aviones franceses y los portaaviones americanos entraron en liza para proteger a la población de la entonces sitiada Bengasi. A partir de ese momento, la historia cambió. Se intervino para hacerse con el petróleo libio, los rebeldes eran sospechosos de ser súbditos del imperialismo y Gadafi no era un mal tío, sino una víctima más de los maléficos poderes que dominan el mundo, prácticamente el yerno que toda suegra desería tener. Abrumador.

Hay dos razones básicas que vertebran todo su hilo argumental. El control del petróleo libio y la incongruencia de intervenir en Libia pero no hacerlo en el resto de países árabes en conflicto. En relación a ésta última cabe preguntarse dos cosas, “Se ha degradado la situación en resto de países al mismo nivel que en Libia?” Evidentemente, no. “¿Entonces si se actúa en el resto de países, apoyareis todas las intervenciones?”. Resulta difícil de creer. Es evidente que si Libia no abasteciera de crudo al resto de Europa, no se habría intervenido, sin embargo, ¿es ésta suficiente razón para negar que se trata de una intervención justa? ¿Sería mucho más ético dejar que Gadafi masacrara a la población de Bengasi para ser consecuentes con nuestra actitud? ¿De verdad se prefería eso? Puesto que estas preguntas tienen una respuesta incómoda aparece el argumento de “Lo que se tendría que hacer es no haber apoyado a dictadores para nuestros intereses”. Completamente de acuerdo. Los gobiernos han hecho tratos con manos manchadas de sangre por sus intereses a lo largo de los años. Sin embargo a la máquina del tiempo que tienen construida todos los gobiernos bajo el suelo de los palacios presidenciales aún le faltan unos retoquecillos, así que hemos de lidiar con el presente. Insisto, ¿Que es entonces lo que se ha de hacer?.

La tesis del petróleo es todavía más falaz. Se interviene para controlar el petróleo libio, como si éste no fuera ya explotado y comercializado por empresas occidentales. Supongo que este trasnochado argumento se debe a las fechorías cometidas en el pasado reciente por EEUU en Irak. En realidad, Gadafi encarnaba el mantenimiento y la seguridad del flujo del crudo hacia Europa, y lo que más le convendría a ésta es el statu quo, que Gadafi ganara la guerra y volver a asegurar el bombeo bajo su mando. En los últimos tiempos han surgido unos curiosamente oportunos artículos sobre la posible nacionalización del petróleo libio. Sin entrar a debatir las fuentes de esa noticia, hemos de leerla en profundidad. Y al efectuar esa lectura, y no quedarnos en el sensacionalista titular de “Libia pretendía nacionalizar el petróleo”, encontramos que en Enero del 2009 Gadafi expuso dicha posibilidad ante la bajada sin precedentes del precio con motivo de la crisis internacional. No se hizo durante dos años, y pensar que se iba a hacer justo ahora, con el petróleo al triple del precio de entonces (y por lo tanto desacreditando todo la argumentación)entra en un terreno tremendamente resbaladizo.

Ah!! Me dejaba el tercer gran argumento. Cuando todo falla, siempre le podemos echar un vistazo rápido y extenso al historial criminal del imperialismo. En una demostración intelectual sin par, te glosarán todos los desmanes que se han cometido a lo largo de la historia: Israel, Allende, Jemeres Rojos, el Congo... todo vale en ese inmenso cajón de sastre. Y lo más singular, es que posiblemente estemos de acuerdo en casi todo(con matices), pero cada caso en el que se juegan vidas se merece un razonamiento particular e independiente. Eso si, es una forma efectiva y certera de desviar la conversación.

El mejor argumento que se puede utilizar para estar en contra de la guerra (o lo que demonios sea), irrebatible y completamente respetable es el ultrapacifismo. Sin embargo por mi parte hasta que no vea flores para misiles me seguirá pareciendo más una pseudo-religión que una ideología racional

Posiblemente la intervención en Libia sea la peor opción con la excepción de todas las demás (parafraseando a Churchill). Será difícil que el régimen caiga por la presión de los bombardeos desde el aire, y la guerra civil tenderá a enquistarse sin ningún avance, hasta una posible partición del país. Pero...ahora en serio, ¿había alguna otra opción para la que no necesitáramos máquinas del tiempo?

Tampoco sería justo despreciar siempre a los Antitodo. En realidad, suponen un sector de la opinión pública necesario e imprescindible en las sociedades democráticas, pues nos invitan a plantearnos alternativas a las versiones oficiales, a percatarnos de las muchas y variables manipulaciones a las que nos vemos sometidos en nuestro día a día. Eso es algo completamente sano. Pero también convendría que no trataran a los demás como analfabetos crédulos e impasibles a expensas de los tejemanejes de los grandes titiriteros mundiales.

lunes, 14 de marzo de 2011

Con turbante y (bombardeando) a lo loco


Sentado en su trono apuntalado por miles de litros de petróleo y sangre, protegido por sus 60 amazonas vírgenes, bajo el cielo estrellado del inexpugnable desierto líbico, el sanguinario payaso de Trípoli contempla como su país se desangra por la lacerante herida infringida por el ansia de libertad, intocable en su burbuja de oro negro, sabedor de que nada torcerá su voluntad una vez más.

En mi imaginación, lo veo tomando parsimoniosamente un “shai”, ataviado con cualquiera de sus estrafalarias prendas que simulan ser un homenaje modista a las tradiciones africanas, hojeando las portadas de los periódicos mundiales, donde es denigrado y acusado de genocida, con sonrisa burlona, orgulloso de su resistencia, convencido de su eternidad. Es un superviviente, los numerosos intentos de apartarle del poder a lo largo de los años han acabado con el fusilamiento de los que osaron alzar la voz contra él, con la vergonzosa connivencia mundial ante sus delitos. Es una deidad intemporal, un ser superior, un iluminado, un símbolo de la revolución de 1969, perenne en la historia..

Se muestra desafiante ante las cámaras, incluso obsequia con algunas risas a los periodistas que le interpelan sobre su posible marcha, convencido de que la Primavera árabe no tocará a su puerta. Egipto y Túnez fueron regímenes frágiles que sucumbieron a las manifestaciones por la democracia., unos cobardes que no osaron usar las armas contra su pueblo para afianzarse en el poder, unos inútiles que no lograron controlar al ejército. Él fue más astuto, más sagaz, más cruel. Dejó de lado a su ejército convencional del cual desconfiaba, fundó su propia guardia pretoriana, y para evitar problemas de conciencia de los soldados que disparaban contra su propia gente, completó el cuadro con mercenarios subsaharianos sin nada que perder. El sueño de libertad se desvanece con el paso de los días. Nada cambiará en Libia. La sangre derramada sólo servirá para que el régimen refuerce su censura y su represión ante la población civil.

Mientras la comunidad internacional da una nueva lección de ineptitud, deliberando sobre un zona de exclusión aérea que en cualquier caso siempre llegaría demasiado tarde y ni tan siquiera serviría para equilibrar mínimamente la contienda, las tropas leales a Gadafi cabalgan hacia la capital rebelde, Bengasi, donde se teme una matanza de proporciones bíblicas.

Aquel revolucionario que quiso encarnarse en patriarca de Africa se ha convertido en el mayor escollo para el despertar árabe. Ha demostrado que no hay revolución sin fusiles. Que el romanticismo desatado tras la caída de sus dos amigotes, carece de razón de ser. Hay una cruda realidad ante la cual el mundo cerraba los ojos. Los dictadores no los pone y quita la sociedad, sino las armas y la sangre. De nada servirán las multitudinarias manifestaciones, el grito del hambre, el deseo de dignidad. Serán reprimidos, torturados, ajusticiados. Las leyes mundiales impiden la intervención en asuntos nacionales, excepto en casos muy contados con un sinfín de condiciones y reuniones.
Y mientras el horror se extiende por Libia, asistimos a la interminable sucesión de reuniones, donde los mandatarios más poderosos del mundo hacen un paripé anodino, simulando mover hilos hacia ninguna parte. Eso sí, el sátrapa ha conseguido lo impensable. Demostrar ante el mundo que la hipocresía no es propiedad absoluta de occidente, sino que es un patrimonio universal. Nadie le ha negado nunca el saludo, nadie se opuso a su “peculiar” manera de llevar un país carente de intituciones. Da igual sea Occidente o los denominados antiimperialistas. Los anti-sistema han languidecido ante la respuesta de Chávez a la crisis. Los partidarios del mundo occidental se avergüenzan de las fotografías publicadas en los periódicos de sus máximos mandatarios, en pose sonriente junto al autodenominado líder libio.

Pero no hay problema, dentro de un tiempo, Chomsky escribirá un brillante artículo, demostrando fehacientemente los lazos de los rebeldes con el gobierno americano, y de esta manera, todos los supuestos antisistema limpiaran su conciencia por haberse opuesto a una intervención exterior con la vibrante prosa del ídolo antisistema. Con el tiempo, Gadafi será rehabilitado y los millonarios contratos petrolíferos dejarán patente la hipocresía occidental llenando las arcas de su prole.

Cúal es el límite del principio de no-ingerencia en asuntos nacionales? Qué es necesario que se vea por televisión para que la comunidad internacional actúe? Cúanta sangre más se ha de derramar para que se alcance ese llamado “deterioro objetivo de la situación” al que tanto aducen las instituciones internacionales?

Estados Unidos perdió su credibilidad como defensor de la libertad con su cínica política exterior durante el siglo XX en Sudamérica, y acabó de enterrarse en el laberinto iraquí. La comunidad internacional está demasiado fragmentada como para tomar decisiones de calado, y lo único que consigue eso es sentar un peligroso precedente: hay barra libre de sangre. Cualquier dictador que decida sofocar una revuelta mediante las armas tendrá en su favor la más absoluta impunidad. Lo acontecido en Libia marcará un definitivo punto de inflexión en las revueltas árabes.

El hombre que desafía al mundo, el mismo personaje díscolo que es capaz de contratar decenas de azafatas en Roma para adoctrinarlas sobre el Corán, el que planta en un parque en medio de una ciudad su jaima allí donde vaya, el que transporta en aviones camellas para beberse su leche durante reuniones internacionales, permanece en su sitio, en su trono, en su nube celestial.

Y lo único que quedarán serán los escombros de un sueño y la terrible impotencia de quién no tiene el destino en sus manos.

lunes, 28 de febrero de 2011

El desfile de las apariencias


En un pasado no tan lejano, la gala de los Oscars era un espectáculo que sorprendía por su frescura, su originalidad, su sentido del espectáculo y algunos (sólo algunos) destellos de calidad y emoción.

¿Frívola?

Por supuesto, esto es Hollywood, señores. Si buscan gafapastismo, compromiso, denuncia y profundidad, búsquense la vida en alguno de los múltiples festivales europeos, muchos de los cuales el espectador medio o bien desconoce, o bien le produce reminiscencias a cualquier cosa menos a cine. Muchos de ellos afirmaran sin rubor que el Oso de Berlín es un magnífico ejemplar de plantígrado germano, que la Palma de Oro de Cannes será, por lo siglos de los siglos, la de Camarón de la Isla, o que el León de Venecia está en serio peligro de extinción.

Los “entendidos”, los críticos (esos malévolos seres de verborrea inigualable, capaces de realizar críticas de una cuartilla y media en la cual, a duras penas, sólo logras llegar a entender el nombre de los actores), tienen en estos escaparates su reducto de fe, donde deleitarse con maravillosas películas iraníes o malayas, depende la cosecha del año, donde comer palomitas está penado con la horca, mientras que un ligero carraspeo de la garganta es contestado desde el fondo del patio de butacas con el legendario “CHHSSSSSSSTTTTT!!!”.

Los que hemos sido espectadores de los Oscars sabemos a lo que vamos, y estamos vacunados contra esas pequeñas dosis de extravagancia típica americana, con lo cual nos sentamos ante el televisor, rellenamos nuestras quinielas y esperamos el veredicto de los ilustres miembros de la academia hollywodiense.


Pero una cosa son pequeñas píldora de vanidad y otro que nos tomen por estúpidos paletos ramplones, hambrientos de cualquier basura que ofrezcan en la pantalla con tal de huir de nuestras monótonas realidades.El problema surge cuando el espectáculo pierde la frescura,cuando la ceremonia se vuelve plúmbea, cuando la originalidad es una frontera tras la que nadie se aventura por miedo a quedar desterrado para el resto de la eternidad. Y sobre todo, cuando la emoción, la ternura, el miedo, son sustituidos por la previsibilidad y el marketing comercial. Lo ineludible es vender, sacar pasta gansa. "American Beauty" fue un brevísimo momento de inspiración irreverente, "Pulp fiction", un momento de gamberrismo compartido por varios a la vez, que a pesar de todo no osaron nombrarla mejor película del año, como era menester. En su lugar, triunfó "Forrest Gump"...

¡¡¡Forrest Gump!!!!

Quiere ganar un Oscar?

Cuénteme una historia de superación personal, o de valores inseparables de la congénita bondad humana, cualquiera de las dos me vale, póngame un actorzuelo cuya cara nos sea reconocible,caracterízele con algun tipo de deficiencia física o psicológica, aderécelo con un secundario brillante (al cual por supuesto no premiaremos, que ése se lo tenemos que otorgar siempre a Woody Allen, por compensar), y escriba un guión digno de Disney, o de Spielberg,para el caso es lo mismo. Y, a poder ser, gástese mucho dinero que luego recuperaremos en la taquilla una vez al cartel le agreguemos unos cuantas estatuillas doradas en la cabecera. Y se lo doy. En bandeja de plata. Casi no tendrá que pasar ni por las urnas, en cuanto sea nominado todos los dedos le señalaran a usted y a su obra como nuevo icono cinematográfico.

No se le ocurra ir más lejos. No ruede de forma original. No innove. No me hable de la realidad, queremos huir de ella. No sonroje a la élite de la casta cinematográfica. Para eso, el único premio posible es el ostracismo.

Lo que importa a día de hoy ni siquiera son los premios. Sino lo supérfluo, la alfombra roja, donde acuden las rutilantes estrellas del firmamento engalanadas con su mejor bottox. Los trajes de Vitorio, Valentino, Versace, y demás gentuza, los abalorios, las joyas, las operaciones de lifting, de pecho, de culo, de papada, de cuello, de orejas, de lo que sea, las sonrisas impostadas, las relaciones endogámicas, los polvos fuera de cámara, la vanidad absoluta, la insustancialidad. Glamour se le llama a eso, dicen.

Y mientras asitimos perplejos al homenaje que se dan a sí mismos anuncios andantes de cirugía estética y vendedores de eslóganes pseudofilantrópicos con la pretensión de darnos lecciones vitales, preguntémonos en que momento la sensibilidad quedó relegada tras los artificios del desfile de las apariencias.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Un golpe en familia




Un día como hoy hace 30 años mi abuela bajaba corriendo por la Puerta del ángel, en Barcelona, arrastrando de la mano a mi madre, por aquel entonces una adolescente pizpireta, y empujando con la que le quedaba libre el carrito donde yo dormía plácidamente, ajeno a todo lo que ocurría a mi alrededor.

Mi abuela nunca fue una gran narradora y solía esquivar con habilidad de funambulista cualquier impertinente pregunta que el mozalbete deslenguado que fui más adelante le dirigía, tratando de hacer encajar las piezas del puzzle de mi niñez.

Sin embargo, las palabras manaban de su boca a borbotones cuando recordaba aquel día en que se puso a prueba la democracia en España y no dudaba en retratarse a ella misma como la más certera imagen de una madre coraje, salvando a su familia de la supuesta amenaza de los tanques que se acercaban inexorablemente a la capital catalana según  rumores mundanos, abriéndose a paso a empellones entre la muchedumbre confundida para llegar al seguro refugio del hogar. Una vez allí, cerró la puerta con tres llaves y, por si las moscas, atrancó la puerta con una estantería, como si escondiéramos debajo de la cama al mismísimo Che Guevara. Unos minutos antes, un guardia civil salido del agujero más oscuro de la historia española, con pinta de paleto en busca de experiencias freaks en la capital, había asaltado el Congreso de los Diputados con un grupo de pobres diablos que ni siquiera sabían donde iban, esgrimiendo por todo argumento una pistola y un aire tabernario, y dejando para el recuerdo las dos mayores joyas expresivas que haya dado este país en siglos: “Quieto todo el mundo” y “se sienten, coño”.

En aquella España de principios de los 80, de atentados de ETA, heroína, Alaskas, Pegamoides, crestas rojas, pantalones de campana, pelos largos, camisas abiertas, cueros y demás,  ahíta de libertad tras una feroz represión católica-conservadora de casi 40 años, aquella figura casi surrealista de un personaje con mostacho y tricornio que se presentó en medio de una fiesta a la cual nadie le había invitado, causó un pavor que encerró a toda España en sus casas, esclavas de la televisión y la radio durante toda la noche mientras las noticias se sucedían a cada minuto.

Allí, sentados alrededor de  una vieja radio, mi familia siguió los acontecimientos que se sucedían. Mi abuela comiéndose las uñas, haciendo gala de su siempre contagioso optimismo: “Nos van a matar a todos, ya decía yo que tanta libertad nos estaba desmadrando”, mi abuelo con una cerveza en la mano pidiéndole que se callara y le dejara escuchar la radio de una “puta vez”, y mi madre confabulaba con su hermana tratando de arrancarme una sonrisa o limpiándome las babas, vaya usted a saber. Las noticias eran confusas: que si el ejército se había levantado en Valencia, que si la división de Brunete se cernía sobre Madrid, que si habían ejecutado a Suárez y Carrillo, y un largo etcétera, hasta que pasada media noche el rey apareció al rescate, imbuido de un fervor democrático que posiblemente ni él conocía, declarándose partidario del mantenimiento de la constitución y, ya que estamos, garantizándose de paso su legitimidad  como jefe de estado para el resto de sus días.

Poco importa para el resto de la historia que ese súbito amor incondicional hacia la democracia surgiera casi siete horas después del asalto, una vez el coronel Tejero despreciara la oferta del general Armada  de formar un gobierno de concentración entorno a su persona, convirtiendo lo que pretendía ser un golpe blando en un golpe puro y duro.  Y tampoco importó que fuera él mismo rey el que alimentara el golpe denostando a un Suárez superado por los acontecimientos.

Esa parte de la historia se olvidó por el camino.

Sin embargo, lo más bochornoso de aquel largo día no fue la patética huida a trompicones de los guardias civiles por las ventanas del congreso, ni los tejemanejes telefónicos del rey y los militares en las largas horas que la democracia fue secuestrada, ni siquiera que un periódico sueco titulara su edición matinal del día siguiente “Toreros toman el parlamento en España”. Lo más vergonzoso fue la pasividad de una ciudadanía que una vez más se quedó en casa, a la espera de órdenes del gobierno que saliera de aquella algarada, demasiado temerosa como para tomar la calle y reivindicar las libertades que se habían recuperado tras años de plomo y silencio.

De las pocas muestras de valor que se recogieron en aquel entonces, se ha hablado mucho de la imagen de Suárez y Gutiérrez Mellado sentados impasibles en su escaño mientras las balas silbaban sobre sus cabezas, pero el único gesto de valor auténtico lo encuentro en el secretario general del Partido Comunista que, siendo el que tenía todos los números para llevarse un tiro perdido en aquella aciaga jornada,  cuando le apuntaron con el fusil y le instaron a levantar las manos, sonrió y contestó al joven fascista “Disculpe joven, pero estoy fumando”.

Cosa que, por cierto, ahora no podría hacer.