martes, 29 de marzo de 2011

Los Antitodo, la revolución eterna.



Están entre nosotros. Han llegado silenciosamente, sin estridencias. Y están aquí para quedarse. No corresponden a ningún canon estándar, como algunos malintencionados medios pretenden hacer creer. Puede ser esa chica rastas que pasa a tu lado por la calle mientras hace malabares con los bolos. O el punki de la esquina que siempre te pide un “pa el bocadillo”, o la atractiva chica con gafas de pasta que te mira por encima de su montura cuando entras en un bar bohemio de Mont-Martre. O un afamado y respetable escritor, profesor de universidad e intelectual de toda la vida Esa es la grandeza, han evolucionado y ya no son fácilmente distinguibles para el común de los mortales.

Son los Antitodo.

Una especie que cada día crece más, se extiende como un reguero de pólvora imparable, y se identifican por algo en común: son los auténticos poseedores de LA VERDAD. Así con mayúsculas. Se reconocen entre ellos por sus gustos comunes, básicamente todo lo que contenga la palabra “alternativo”, da igual lo que sea, a todo se le puede poner.: argumento alternativo, comida alternativa, música alternativa, periódico alternativo... Lo alternativo es su último u único fin, su motivo de existencia, su Ítaca particular. Puede haber algo que les guste y les apasione sobremanera, que les haga extasiarse y disfrutar, pero si deja de ser alternativo y pasa a ser también del gusto del resto de los pobres y poco curtidos mortales, entonces ya se reniega y maldice del mismo. Pasa a ser algo pervertido por el capitalismo, algo mundano, soso, vacuo, carente de autenticidad.

Dichos antitodo consideran que han conseguido acceder a la información más veraz y completa, a la autentica realidad que subyace bajo la más abyecta manipulación mediática, y eso lo han conseguido a través de una prolongada y esforzada investigación que, en realidad se basa en tres páginas webs y en los artículos de dos personajes icónicos en su mundo (sin contar a Willy Toledo, claro). Poco más. Dichos personajes icónicos nunca se alejan del dogma anti-sistema, se conoce de antemano su posición, con lo cual para argumentar simplemente hay que esperar la publicación de su artículo o una rueda de prensa, y a partir de entonces, repetir palabra por palabra los mismos argumentos. Como una misa, vaya. La reflexión personal e independiente no acostumbra a existir. Se definen por el NO. No a los gobiernos, no a la guerra, no al imperialismo, no a las empresas, no a las normas, no a la sociedad. Aunque podríamos extendernos largamente sobre cada una de las mismas, hay una muy de moda a día de hoy, así que vamos a ella. El “No a la guerra”, en cualquier caso y circunstancia. Y para ello que mejor que exponer el caso de Libia

Se ha producido una sorprendente mutación de un tiempo a esta parte en los Antitodo, cuyo punto de inflexión fue la intervención occidental en Libia según el dictado de la resolución 1973 de la ONU. Antes de esa determinación, los rebeldes libios eran unos mártires que luchaban románticamente por su libertad, cercenada por un monstruo sanguinario desde hacía 42 años. Por aquel remoto entonces, la mayor crítica a Occidente era la impasibilidad de los gobiernos “imperialistas” ante la masacre que se llevaba a cabo en Libia, y se exponían como trofeos fotografías de los diversos líderes con el fantoche libio, cerrando tratos petrolíferos multimillonarios y acusando de apoyar a semejante personaje. Si no se hacía nada era por el petróleo, puesto que Gadafi encarnaba la seguridad en el suministro del mismo.
Todo cambió de la noche a la mañana cuando los aviones franceses y los portaaviones americanos entraron en liza para proteger a la población de la entonces sitiada Bengasi. A partir de ese momento, la historia cambió. Se intervino para hacerse con el petróleo libio, los rebeldes eran sospechosos de ser súbditos del imperialismo y Gadafi no era un mal tío, sino una víctima más de los maléficos poderes que dominan el mundo, prácticamente el yerno que toda suegra desería tener. Abrumador.

Hay dos razones básicas que vertebran todo su hilo argumental. El control del petróleo libio y la incongruencia de intervenir en Libia pero no hacerlo en el resto de países árabes en conflicto. En relación a ésta última cabe preguntarse dos cosas, “Se ha degradado la situación en resto de países al mismo nivel que en Libia?” Evidentemente, no. “¿Entonces si se actúa en el resto de países, apoyareis todas las intervenciones?”. Resulta difícil de creer. Es evidente que si Libia no abasteciera de crudo al resto de Europa, no se habría intervenido, sin embargo, ¿es ésta suficiente razón para negar que se trata de una intervención justa? ¿Sería mucho más ético dejar que Gadafi masacrara a la población de Bengasi para ser consecuentes con nuestra actitud? ¿De verdad se prefería eso? Puesto que estas preguntas tienen una respuesta incómoda aparece el argumento de “Lo que se tendría que hacer es no haber apoyado a dictadores para nuestros intereses”. Completamente de acuerdo. Los gobiernos han hecho tratos con manos manchadas de sangre por sus intereses a lo largo de los años. Sin embargo a la máquina del tiempo que tienen construida todos los gobiernos bajo el suelo de los palacios presidenciales aún le faltan unos retoquecillos, así que hemos de lidiar con el presente. Insisto, ¿Que es entonces lo que se ha de hacer?.

La tesis del petróleo es todavía más falaz. Se interviene para controlar el petróleo libio, como si éste no fuera ya explotado y comercializado por empresas occidentales. Supongo que este trasnochado argumento se debe a las fechorías cometidas en el pasado reciente por EEUU en Irak. En realidad, Gadafi encarnaba el mantenimiento y la seguridad del flujo del crudo hacia Europa, y lo que más le convendría a ésta es el statu quo, que Gadafi ganara la guerra y volver a asegurar el bombeo bajo su mando. En los últimos tiempos han surgido unos curiosamente oportunos artículos sobre la posible nacionalización del petróleo libio. Sin entrar a debatir las fuentes de esa noticia, hemos de leerla en profundidad. Y al efectuar esa lectura, y no quedarnos en el sensacionalista titular de “Libia pretendía nacionalizar el petróleo”, encontramos que en Enero del 2009 Gadafi expuso dicha posibilidad ante la bajada sin precedentes del precio con motivo de la crisis internacional. No se hizo durante dos años, y pensar que se iba a hacer justo ahora, con el petróleo al triple del precio de entonces (y por lo tanto desacreditando todo la argumentación)entra en un terreno tremendamente resbaladizo.

Ah!! Me dejaba el tercer gran argumento. Cuando todo falla, siempre le podemos echar un vistazo rápido y extenso al historial criminal del imperialismo. En una demostración intelectual sin par, te glosarán todos los desmanes que se han cometido a lo largo de la historia: Israel, Allende, Jemeres Rojos, el Congo... todo vale en ese inmenso cajón de sastre. Y lo más singular, es que posiblemente estemos de acuerdo en casi todo(con matices), pero cada caso en el que se juegan vidas se merece un razonamiento particular e independiente. Eso si, es una forma efectiva y certera de desviar la conversación.

El mejor argumento que se puede utilizar para estar en contra de la guerra (o lo que demonios sea), irrebatible y completamente respetable es el ultrapacifismo. Sin embargo por mi parte hasta que no vea flores para misiles me seguirá pareciendo más una pseudo-religión que una ideología racional

Posiblemente la intervención en Libia sea la peor opción con la excepción de todas las demás (parafraseando a Churchill). Será difícil que el régimen caiga por la presión de los bombardeos desde el aire, y la guerra civil tenderá a enquistarse sin ningún avance, hasta una posible partición del país. Pero...ahora en serio, ¿había alguna otra opción para la que no necesitáramos máquinas del tiempo?

Tampoco sería justo despreciar siempre a los Antitodo. En realidad, suponen un sector de la opinión pública necesario e imprescindible en las sociedades democráticas, pues nos invitan a plantearnos alternativas a las versiones oficiales, a percatarnos de las muchas y variables manipulaciones a las que nos vemos sometidos en nuestro día a día. Eso es algo completamente sano. Pero también convendría que no trataran a los demás como analfabetos crédulos e impasibles a expensas de los tejemanejes de los grandes titiriteros mundiales.

lunes, 14 de marzo de 2011

Con turbante y (bombardeando) a lo loco


Sentado en su trono apuntalado por miles de litros de petróleo y sangre, protegido por sus 60 amazonas vírgenes, bajo el cielo estrellado del inexpugnable desierto líbico, el sanguinario payaso de Trípoli contempla como su país se desangra por la lacerante herida infringida por el ansia de libertad, intocable en su burbuja de oro negro, sabedor de que nada torcerá su voluntad una vez más.

En mi imaginación, lo veo tomando parsimoniosamente un “shai”, ataviado con cualquiera de sus estrafalarias prendas que simulan ser un homenaje modista a las tradiciones africanas, hojeando las portadas de los periódicos mundiales, donde es denigrado y acusado de genocida, con sonrisa burlona, orgulloso de su resistencia, convencido de su eternidad. Es un superviviente, los numerosos intentos de apartarle del poder a lo largo de los años han acabado con el fusilamiento de los que osaron alzar la voz contra él, con la vergonzosa connivencia mundial ante sus delitos. Es una deidad intemporal, un ser superior, un iluminado, un símbolo de la revolución de 1969, perenne en la historia..

Se muestra desafiante ante las cámaras, incluso obsequia con algunas risas a los periodistas que le interpelan sobre su posible marcha, convencido de que la Primavera árabe no tocará a su puerta. Egipto y Túnez fueron regímenes frágiles que sucumbieron a las manifestaciones por la democracia., unos cobardes que no osaron usar las armas contra su pueblo para afianzarse en el poder, unos inútiles que no lograron controlar al ejército. Él fue más astuto, más sagaz, más cruel. Dejó de lado a su ejército convencional del cual desconfiaba, fundó su propia guardia pretoriana, y para evitar problemas de conciencia de los soldados que disparaban contra su propia gente, completó el cuadro con mercenarios subsaharianos sin nada que perder. El sueño de libertad se desvanece con el paso de los días. Nada cambiará en Libia. La sangre derramada sólo servirá para que el régimen refuerce su censura y su represión ante la población civil.

Mientras la comunidad internacional da una nueva lección de ineptitud, deliberando sobre un zona de exclusión aérea que en cualquier caso siempre llegaría demasiado tarde y ni tan siquiera serviría para equilibrar mínimamente la contienda, las tropas leales a Gadafi cabalgan hacia la capital rebelde, Bengasi, donde se teme una matanza de proporciones bíblicas.

Aquel revolucionario que quiso encarnarse en patriarca de Africa se ha convertido en el mayor escollo para el despertar árabe. Ha demostrado que no hay revolución sin fusiles. Que el romanticismo desatado tras la caída de sus dos amigotes, carece de razón de ser. Hay una cruda realidad ante la cual el mundo cerraba los ojos. Los dictadores no los pone y quita la sociedad, sino las armas y la sangre. De nada servirán las multitudinarias manifestaciones, el grito del hambre, el deseo de dignidad. Serán reprimidos, torturados, ajusticiados. Las leyes mundiales impiden la intervención en asuntos nacionales, excepto en casos muy contados con un sinfín de condiciones y reuniones.
Y mientras el horror se extiende por Libia, asistimos a la interminable sucesión de reuniones, donde los mandatarios más poderosos del mundo hacen un paripé anodino, simulando mover hilos hacia ninguna parte. Eso sí, el sátrapa ha conseguido lo impensable. Demostrar ante el mundo que la hipocresía no es propiedad absoluta de occidente, sino que es un patrimonio universal. Nadie le ha negado nunca el saludo, nadie se opuso a su “peculiar” manera de llevar un país carente de intituciones. Da igual sea Occidente o los denominados antiimperialistas. Los anti-sistema han languidecido ante la respuesta de Chávez a la crisis. Los partidarios del mundo occidental se avergüenzan de las fotografías publicadas en los periódicos de sus máximos mandatarios, en pose sonriente junto al autodenominado líder libio.

Pero no hay problema, dentro de un tiempo, Chomsky escribirá un brillante artículo, demostrando fehacientemente los lazos de los rebeldes con el gobierno americano, y de esta manera, todos los supuestos antisistema limpiaran su conciencia por haberse opuesto a una intervención exterior con la vibrante prosa del ídolo antisistema. Con el tiempo, Gadafi será rehabilitado y los millonarios contratos petrolíferos dejarán patente la hipocresía occidental llenando las arcas de su prole.

Cúal es el límite del principio de no-ingerencia en asuntos nacionales? Qué es necesario que se vea por televisión para que la comunidad internacional actúe? Cúanta sangre más se ha de derramar para que se alcance ese llamado “deterioro objetivo de la situación” al que tanto aducen las instituciones internacionales?

Estados Unidos perdió su credibilidad como defensor de la libertad con su cínica política exterior durante el siglo XX en Sudamérica, y acabó de enterrarse en el laberinto iraquí. La comunidad internacional está demasiado fragmentada como para tomar decisiones de calado, y lo único que consigue eso es sentar un peligroso precedente: hay barra libre de sangre. Cualquier dictador que decida sofocar una revuelta mediante las armas tendrá en su favor la más absoluta impunidad. Lo acontecido en Libia marcará un definitivo punto de inflexión en las revueltas árabes.

El hombre que desafía al mundo, el mismo personaje díscolo que es capaz de contratar decenas de azafatas en Roma para adoctrinarlas sobre el Corán, el que planta en un parque en medio de una ciudad su jaima allí donde vaya, el que transporta en aviones camellas para beberse su leche durante reuniones internacionales, permanece en su sitio, en su trono, en su nube celestial.

Y lo único que quedarán serán los escombros de un sueño y la terrible impotencia de quién no tiene el destino en sus manos.