martes, 22 de febrero de 2011

Un nuevo comienzo


Siempre resulta un tanto complicado renovar viejos hábitos abandonados hace tiempo. Cuando aún era un niño imberbe que correteaba por el patio del colegio detrás de una pelota, me invadió la afición por la lectura, y con el tiempo busqué emular a mis idolatrados autores de mi infancia, como Dickens, Julio Verne o aquella autora de una saga infantil que tanto cautivó a toda mi generación, Enid blyton.

Por aquel entonces  mis inicios novelescos consistían en historias algo truculentas y cogidas con alfiler sobre desastres naturales, en los cuales el protagonista salvador siempre era yo, y mi compañera femenina de desventuras (que obviamente se enamoraba locamente de mi), aquella chica de la ultima fila de clase que siempre me gustó, pero a la que nunca me atreví a dirigirle la palabra. Sin embargo, cuando con 12 años estaba convencido que iba a publicar mi primera obra maestra me hastiaba excesivamente pronto y abandonaba mi cometido, liquidando a todos los personajes de la novela (incluido yo mismo) sepultados en un alud, o ahogados en un terrible naufragio de sangre entre terroríficos rayos y furibundas olas, tras haber llenado la nada despreciable cantidad de una veintena de hojas, que a mi se me antojaba un logro sin igual.

Recuerdo vivamente la cara que me puso mi madre el día que me dieron un premio en un concurso literario del colegio. Fue por aquel entonces cuando los profesores la convencieron que yo era un futuro autor de éxito y le convencían que un día ganaría el poulitzer, sin darse cuenta que lo único que hacia en los exámenes era parafrasear los apuntes que tomaba en clase, aprovechando una memoria fotografica  con la que la naturaleza me había dotado. Sin embargo, ese convencimiento no les eximía de llamarme la atención durante las clases, cuando mi mente fantasiosa me llevaba a un lugar muy lejano del que me encontraba, y miraba sin ver a aquel individuo del atril que pronunciaba mi nombre cada vez en un tono mayor haciéndome abandonar mi ensoñación de una vida que no era la mía, y que sin embargo sentía mas mía que ninguna.

Con el tiempo se me hizo más difícil escribir. Me sentaba delante de la cuartilla en blanco y me invadía una extraña sensación de desasosiego. Un miedo absurdo ante la responsabilidad de plasmar mis pensamientos en esa hoja en blanco que me desafiaba desde el otro lado de la pantalla. Dejé de escribir, y cuando lo hacia simplemente era para desahogarme por una mala racha que estaba pasando, llenando esa cuartilla en blanco de ripios contra un mundo que no acababa de entender. Sin embargo, como todo lo que he empezado en la vida, nunca concluía, y cuando el sol amenazaba con brillar entre las rendijas de la persiana, me sorprendía ojeroso tras una noche en vela y avergonzado por haber mostrado mi debilidad ante ese trozo de papel del cual renegaba al instante, condenándolo al ostracismo del fondo de la papelera.

En realidad ,el hecho de nunca acabar lo que empiezo es una de lás más pesadas losas que me acompañan desde siempre, y no es patrimonio exclusivo de la escritura. Durante un tiempo quise ser ciclista, admirado por las gestas francesas de aquel extraño robot inhumano llamado Indurain, pero en cuanto conseguí ahorrar lo suficiente como para comprarme una bicicleta de carretera (nada económica, por cierto) ésta acabó criando malvas en el trastero de la casa de mi abuela. Durante un tiempo también traté de aprender a tocar la guitarra, pero cuando acepté mi incapacidad congénita y arrítmica ante la música, acabó acompañando a la ya oxidada bicicleta,. Mi último y sonado fracaso fue cuando recuperé mi vieja vocación infantil de ser bombero, me compré todos los libros de teoría habidos y por haber, todo el material necesario para sacarme unas oposiciones a las que nunca me llegué a presentar, sudé la gota gorda día tras día en el gimnasio para superar las exigentes pruebas físicas, y cuando llegó el momento de la verdad, desdeñé la opción, reconociéndome a mi mismo que no era capaz de sacrificar mi disoluto presente por un futuro siempre demasiado lejano.

El tiempo dirá si este nuevo principio tiene su continuación o acaba, como todos los demás, enterrado en el desván donde almaceno los recuerdos de los sueños que nunca me atreví a perseguir.



2 comentarios:

  1. Me ha gustado. Será que yo también tengo esa eterna lucha con los proyectos inacabados y recuerdo bien los folios en blanco acusadores. Espero leer muchos de esos textos por aquí y te deseo grandes éxitos, numerosos followers y pocos trolls, en éste tu blog.

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  2. Tienes el DON de la visión, el DON de la oportunidad, el DON de la experiencia, el DON de la vida.. tienes el DONde.. dices que ibas... mira, casi cuentista y acojonado... a ti... lo que te falta es un bigote como el del 23, para de una puta vez plantarle cara a tus miedos y desmostrarte que tú, eres realmente un cuentista.... escribe tus cuentos y vive de ello!!
    Un Catalán que te conoce...

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