domingo, 1 de enero de 2012

Recuerdo

Recuerdo la nieve gemir bajo la suela de mis botas arrastrando las pesadas maletas por calles desiertas y gélidas azotadas por el inmisericorde viento ártico. Recuerdo el paso lento y dubitativo a los pies del perfil de la iglesia basáltica que coronaba el horizonte de la ciudad, majestuosa como siempre, cruzando bajo los ojos inquisitoriales de la imagen de Leifur Eiríksson, que parecía preguntarme sobre el destino de mis pasos. Recuerdo luchar contra mis propios pies que insistían en darse la vuelta y correr en dirección contraria mientras nos aproximábamos a la estación de autobús, oculta tras el mar de luces blancas de la ciudad.

Recuerdo las últimas conversaciones, las últimas despedidas, los últimos deseos y los últimos abrazos, con el corazón atragantado en la garganta, la voz entrecortada por la emoción y las lágrimas precipitándose por las mejillas. Recuerdo la melancolía, la nostalgia prematura de una vida condensada en seis meses, las experiencias vividas, las aventuras disfrutadas, los amigos conocidos, las charlas compartidas hasta altas horas de la madrugada, las risas y las lágrimas de una gran familia que nunca imaginé encontrar, los paisajes de inabarcable belleza donde nos sentimos más vivos que nunca.

Recuerdo la luna rielar sobre el insondable mar en una extraña apacible noche, escoltada por una alfombra de estrellas en su largo reinado nocturno, mientras el autobús avanzaba inexorable hacia el aeropuerto atravesando vastos campos de lava cubiertos por el eterno hielo, en silencio, buscando con los ojos acuosos el rastro de la última aurora boreal.

Recuerdo el avión despegar, los puños apretados, la mirada perdida, los últimos instantes del sueño escurriéndose como arena de playa entre los dedos, mientras los recuerdos se agolpaban en la cabeza y parte de mí quedaba para siempre en aquella tierra salvaje e inhóspita que llegó a ser mi propia casa.

Recuerdo contemplar desde las nubes la silueta congelada de un país de alma cálida, dejando atrás en la noche las candelas rutilantes de las hileras de casas de color pastel, construidas con el material del que están tejidos los sueños.


Hay días que quedan grabados con fuego para siempre en tu memoria.


4 comentarios:

  1. Las tierras inhóspitas siempre dejan huella, mira que solo estuve un par de semanas y me acuerdo de este último viaje más de lo habitual.

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  2. Si,que bonito cuando solo vives por un corto plazo y sabes que antes o después te vas a marchar... Islandia es un país que enamora. A mi,me enamoró y me apasionaba durante los 3 primeros años; ahora que ya hace más de 5 años que vivo aquí,me encantaría poder convencer a mi pareja (islandés de pies a cabeza) de que se vive mejor en casi cualquier otro lugar.
    De todos modos,animo a todo el mundo a visitar este hermoso país (pero que sea por vacaciones XD).

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    1. Completamente de acuerdo ninadark. No me plantearía nunca vivir en Islandia indefinidamente, pero en mi caso concreto estuve viviendo con gente de todo el mundo durante un periodo mucho más corto de tiempo, en un programa de voluntariado, con lo que casi todos mis recuerdos son positivos.

      Eso si, si no ves la opción de marcharte a largo plazo, debe ser algo así como una cárcel de hielo. Preciosa, eso si.

      Un saludo y ánimo, que ahora los días empiezan a alargarse.

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